Durante años, el Agile Coach ha sido figura central en la transformación de miles de organizaciones.
Un guía, un espejo, un facilitador del cambio. Pero el contexto ha cambiado. Y hay quien empieza a preguntarse si el rol sigue teniendo sentido… o si ya cumplió su función.
No es una crítica. Es una constatación.
1. La paradoja de su éxito
El propósito del Agile Coaching siempre fue generar autonomía. Acompañar hasta no ser necesario. Ayudar a que el equipo se mire, aprenda y evolucione sin necesitar una figura externa.
El problema es que el mercado laboral no premia a quien se vuelve prescindible. Así que, entre la intención y la supervivencia, el rol quedó suspendido: entre el querer desaparecer y el necesitar seguir.
El Agile Coach triunfó cuando el cambio era nuevo. Pero en las empresas que ya han integrado la agilidad, su espacio se ha vuelto difuso. Los equipos ya saben facilitar, reflexionar y mejorar. El coach se encuentra mirando un sistema que ya aprendió a hablar solo.
2. El fin del dogma
La agilidad ya no es un evangelio que predicar, sino un lenguaje común. Las empresas no necesitan coaches que enseñen qué es un daily, sino líderes que entiendan cómo generar aprendizaje organizativo. Y esa diferencia lo cambia todo.
Muchos Agile Coaches siguen hablando el idioma de la transformación como si fuera 2010. El problema es que las preguntas de hoy son otras:
- ¿Cómo integrar IA en equipos autoorganizados?
- ¿Cómo mantener propósito cuando todo se automatiza?
- ¿Cómo cultivar aprendizaje en sistemas maduros?
El discurso del cambio permanente empieza a sonar viejo en organizaciones que ya viven en él.
3. La irrupción de la IA: espejo o sustituto
La inteligencia artificial ha irrumpido justo donde el Agile Coach se sentía más humano: la conversación, la reflexión, la observación de patrones. Ya existen herramientas que analizan dinámicas de equipo, detectan emociones en los mensajes, formulan preguntas poderosas y proponen retrospectivas.
Algunos lo viven como una amenaza. Otros como una oportunidad de elevar el foco.
La IA puede liberar tiempo para lo que no se puede automatizar: la ética, el propósito, la conexión. Pero si el coach se limita a facilitar mecánicamente, la IA lo hará mejor. El desafío no es competir, sino redefinir el valor.
¿Queremos seguir guiando rituales o empezar a guiar conversaciones sobre sentido?
4. De rol a patrón cultural
Quizás el Agile Coach no deba sobrevivir como “rol”. Tal vez su esencia deba diluirse en la cultura. Que cualquier persona —un líder, un ingeniero, una diseñadora— pueda actuar con mirada de coach: observar sin juzgar, facilitar aprendizaje, hacer visible lo invisible.
El futuro del coaching ágil puede no tener nombre propio. Puede que sea una competencia distribuida, no un título. Una forma de estar en las organizaciones, no un puesto en el organigrama.
Paradójicamente, eso sería el mayor logro de la profesión: desaparecer por haberse integrado.
5. Las empresas ya no necesitan salvadores
La época del “ven y transforma mi empresa” se está agotando. Hoy, las organizaciones buscan acompañamiento menos mesiánico y más pragmático. Quieren resultados, datos, métricas, sentido. No necesitan gurús, necesitan personas que sepan moverse entre la estrategia, la psicología y la tecnología.
El Agile Coach que no evolucione hacia ese lugar quedará en tierra de nadie: demasiado abstracto para negocio, demasiado humano para IA, demasiado neutral para liderar. El que sí lo haga, probablemente ya no se llame coach.
6. Un nuevo tipo de acompañamiento
La pregunta, entonces, no es si el Agile Coach va a desaparecer, sino qué está naciendo en su lugar. Roles híbridos: facilitadores de aprendizaje, organizational designers, AI sensemakers, culture hackers, líderes de evolución. Personas que no solo acompañan equipos, sino que diseñan sistemas que aprenden por sí mismos.
El futuro puede ser menos romántico, pero quizá más real. La agilidad deja de ser un fin y se convierte en una infraestructura invisible. Y en ese paisaje, el antiguo coach se enfrenta a una elección: ser parte del ecosistema o seguir mirando desde fuera.
7. El dilema final
¿Acompañar o desaparecer? Tal vez ambas cosas sean la misma. Acompañar hasta desaparecer es la forma más pura del coaching. Desaparecer sin haber acompañado bien, la más vacía.
El Agile Coach ha muerto, sí. Pero puede que solo como figura estática. Lo que sobrevive, y se reinventa, es la mirada que nos enseñó: observar, preguntar, aprender, no imponer. Esa mentalidad seguirá viva mientras existan personas que quieran mejorar cómo trabajan juntas.
Así que, quizá no se trata de enterrar al Agile Coach. Sino de reconocer que su fantasma habita ahora en todos nosotros.
Terminando…
Quizá estamos justo en ese punto de inflexión donde acompañar y desaparecer se confunden. Donde el Agile Coach ya no es un rol que se contrata, sino una manera de mirar, de preguntar, de provocar evolución. Y eso abre preguntas que aún no tienen respuesta:
¿Puede una organización realmente aprender sin alguien que la confronte?
¿Hasta qué punto la IA podrá sustituir la presencia humana en el cambio cultural?
¿Y qué significa “ser ágil” cuando ya no hay quien te recuerde cómo hacerlo?
Tal vez el futuro no dependa de lo que haga la IA, ni de cómo cambie el mercado, sino de lo que estemos dispuestos a soltar.
Acompañar menos. Escuchar más. Desaparecer sin perder sentido.
